mercredi, mai 01, 2013

el viejo oveja

El 130 está lleno de gente, pero el embarazo me regala un asiento. Aquí me quedo: de un lado un joven canchero, del otro la multitud, que te pisa y te toca. Es abril, fines de abril, ya no debería hacer este calor. Me empieza a molestar todo, que me rocen el hombro, las adolescentes sacándole el cuero a una que no está presente, la falta de aire aunque esten todas las ventanas abiertas. Dejo el libro, voy a cerrar los ojos y meditar. Medito. Siento tranquilidad, pero también siento algo, como una ramita en el medio de la espalda. Pruebo acomodarme pero sigue ahí, justo entre mis omóplatos. Temo lo peor y es cierto: son los dedos del hombre de atrás, que no solo se agarra con una mano de la manija que corona el asiento sino que pasa la otra por debajo de ella tomandose de mi respaldo. Es obvio que está tocando mi respaldo, tiene los dedos sobre la parte acolchada, parte originalmente destinada a mi comodidad. Mía, no suya. Me doy vuelta y lo miro, oh quién osa ?! Está dormido, o está tambaleando la cabeza con ojos cerrados, está en un lugar lejano. Lo miro un poco más: es un trabajador mayor, casi un viejo completo, vestido humildemente, cargando un cansancio infinito. Vuelvo a mi meditación, no se me ocurriría despertarlo, no por unos dedos. Me corro hacia adelante pero el relax me devuelve contra el respaldo. Los dedos se movieron, ya no están en el centro sino a la derecha de mi espalda. No puede estar profundamente dormido si modifica el agarre. Le digo, pero no lo hago solo lo pienso, pienso que es imposible que no entienda, que no está bien, no está nada bien que toque mi asiento, mi respaldo y al mismo tiempo mi espalda. Pienso que ni debería tener que decirselo, yo nunca estaría molestando a otro sin darme cuenta. Creo. Solo me imagino diciendo todo esto de mal modo, casi enojada, en mi mente él no me responde. Siento devuelta los dedos, es inevitable, insoportable, me doy vuelta otra vez, pero el viejo sigue en estado de conciencia paralelo, a veces se le abren los ojos y es una oveja. Es un hombre oveja. Vuelvo la cabeza y cruzo miradas con el de al lado, siento que entiende todo, pero esto es poco probable. Sigo meditando y Dios se presenta: el canchero de al lado mío se baja, no solo me paso al lado de la ventana, perdiendo así el roce constante del colectivo lleno, sino que también huyo del hombre oveja.  Entro en una profunda meditación, a pesar del calor logro ser feliz. Hasta que. Minutos más tarde, que yo sentí como horas, siento. Siento falanges en mi espalda, no me quiero apoyar, no puede ser real. Pero lo es, en mi lado derecho siento, nuevamente,  la presencia de un otro en mi respaldo. Me doy vuelta creyendo real lo imposible, ¡el hombre oveja está nuevamente atrás mío! A él también se le presentó la oportunidad y se cambió. Muevo el tronco hacia adelante sospechando lo peor: me quiere tocar. Me reto a mi misma, es un pobre viejo oveja, no puede con su vida. De pronto siento las falanges tomarse del asiento en la parte derecha más baja de mi espalda, ¡no puede ser! Me doy vuelta y el viejo oveja ya se había parado, va a bajarse. No te quiso tocar salame, se agarró para tomar impulso para pararse, pero de pronto veo algo de lobo en su mirada, aunque jamás se dirigió a mi con los ojos. Veo algo que me incomoda. Se baja y automáticamente me vuelvo a sentir cómoda.  Agradezco su ausencia.  

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