mardi, décembre 15, 2020

 aquí no hay nada que encontrar

este diario solo dice que estoy enamorada

no es novedad



dimanche, juillet 05, 2020

1999

Era el último día del año, en pocas horas pasábamos de 1999 al 2000. Había un gran alboroto al respecto de esto, yo me esforzaba por sentirlo distinto a los otros días, trataba de que para mí tampoco sea un día más de ese eterno y chato verano. Tenía 14 años. Pocos como para salir sola de noche pero los suficientes como para sentir el vacío existencial. Quizás más que suficientes años tuviera suficiente experiencia de vida. El punto es que estaba ahí, con mi abuela que organizó algo diferente para este fin de año especial. Fuimos a Mar del Plata, a pasar las fiestas en el viejo hotel en desuso de sus amigos los Barceló. Una familia grande que se lleva bien. Organizaron una super fiesta de fin de año en la esquina, encima de la estación de servicio, que también es de ellos, en un salón con vista al mar. Estoy sola mirando el oscuro horizonte, la masa de agua apenas se distingue por los reflejos de la luna en sus olas. Tengo una copa en la mano que celebra por sí sola el cambio de milenio: marca algunos hitos del siglo que abandonamos y dice 2000 muchas veces en dorado. Adentro hay un espumante también dorado que no me gusta pero me obligo a tomar, es una época en la que estoy obsesionada porque me gusten cosas de grandes, como cigarrillos, cervezas y espumantes. Con los espumantes nunca lo logré del todo. No tengo ganas de estresarme por lo que abandono la idea de esconderme a fumar un cigarrillo con alguien, además tampoco hay nadie que pueda ser mi cómplice. Pero esto no me angustia, en los próximos días me juntaré con compañeras del cole en un garaje de Playa Grande y fumaremos hasta cansarnos. Hoy todas están con sus familias, y yo entre toda esta gente estoy sola. Me siento simple, tengo unas chatitas negras con mínima plataforma china, único tipo de calzado que mi abuela me autoriza a utilizar, la rebeldía llegará más tarde este año con mi primer gran amor, el despertar de mi sexualidad y las mala compañías. Tengo una bombacha rosa, me dijeron que hay que usarla en año nuevo para suerte o algo así. Tengo un top que sostiene mis pequeños pechos, aún guardo esperanza de que pronto crecerán más. Y tengo un vestido negro que es bastante sobrio y me llega por encima de las rodillas. Noto a la distancia que la gente en la reunión la está pasando bien, es lo que esperaban. Yo no la estoy pasando bien, siento una vez más que pierdo tiempo de vida simplemente esperando que pase, pero lo pierdo con resignación, sabiendo que no hay nada más que yo pueda hacer y sin conocer todavía del todo el éxtasis que puede darme el adecuado uso de mi existencia. Todavía no soy la que se aventuraría sola a las rocas a fumar. Si tan solo estuviera mi hermano, una vez más no tengo idea dónde está. No sé si no lo pregunto o me lo dicen y lo olvido. Esta noche será intrascendente. Pero el resto del verano será grandioso, en esta misma ciudad me dejarán 15 días con la familia de mi hermano. Conoceré la libertad que siempre soñé. Saldré y me haré más amiga de Emilia y Adriana, compañeras de curso que siempre me parecieron más grandes y cancheras que el resto. Besaré al hijo de unos amigos de la familia, Sebastian Gatti, pero solo será eso. Me seguirá gustando más Lautaro, con su pelo largo y violeta y su aire alternativo, pero él no me dará bola este año tampoco, tiene en mente temas más importantes que las chicas, un poco lo envidio por esto. En unos 6 años si me dará bola, gustará mucho de mí y yo lo dejaré. Este verano justo unos días antes de volver a capital, cuando ya me apropie de mi flamante adolescencia besaré al amigo de nuestros vecinos, ese que conocí en la playa y está siempre en la casa de ellos. Y me enamoraré para siempre, o eso creeré. Pero no esta noche, llega el fin de año, el reloj marca las doce, todos gritan la cuenta regresiva y yo salto igual que otros púberes de un banquito al piso con la pierna derecha. Finjo una sonrisa y saludo a mi abuela, agradeciéndole en algún rincón el esfuerzo de criar a esta huérfana. No siento nada distinto. El recuerdo en este punto se oscurece mucho, la noche es cada vez más negra y se funde a negro la toma.  

lundi, mai 25, 2020

cuarentena 3

pitar un mezclado
salir al mundo armado
pasar por el lago
saludar un vago

entre monja y encarnada

Necesito mucho, muchísimo, nada me alcanza, quiero llenarme y no puedo entonces lleno de humo mis pulmones a una velocidad a la que ya no están acostumbrados, igual no me dejan más de dos cigarrillos seguidos una vez a la semana... y tienen que ser de los armados. Rock pero limitado. Cuando el pico de mi ansiedad es máximo siempre vuelvo a mi deseo sobrio: volver a no necesitar nada, ser plena por mí misma, estar concentrada en mi elevación. Y ahí llega a interrumpirme en forma de mensaje privado el diablo que yo misma contraté. Es el deseo, que viene a tocarme la puerta. Siempre que llega se produce algo químico en mi cuerpo que escapa a mi control humano y me conecta con mi animalidad. Me gusta el instinto, siempre me gustó. Y no controlo la adrenalina y el placer que me habitan al sentirme deseada. Deseada por ser yo, por mi ser, por mi cuerpo que no es otra cosa que lo único que pude ser: mi hogar y mi transporte. Lo convierto en objeto, me alejo un paso de la iluminación pero me enciendo por dentro. "Vale la pena" es mi conclusión momentánea. El fuego que me habita ese rato me eleva y voy flotando por mi cotidianidad. Energizada, plena, satisfecha. No sé cuanto dura el hechizo, no sé cuando baja la droga. Pero la bajada es una caída libre, como todas en mi intensa psique. Y sufro mi finitud, vuelvo a ser madre y esposa, lo que antes me sobraba ahora es mi ropa de entre casa. De pronto me afecta el humor, me decepciono a mi misma, por muchas cosas: por mi falta de iluminación, por seguir siendo tan normal, tan real, tan superficial, pero sigo queriendo darme otro subidón de esa droga legal y silenciosa que tantos consumiríamos a diario si tan solo pudiéramos no trabajar y dedicarnos a hacer fiestas en la antigua Grecia con los dioses, la vid y las musas.  

jeudi, mai 21, 2020

la bi-polaridad

Leo a los que ponen que tienen días malos. Yo no tengo días malos, mi bipolaridad se manifiesta a una velocidad e intensidad mucho mayor. Lo mío son horas. Horas de luz y horas de sombra, paso de todo mal a todo bien, la transición dura poco más de media hora. Es agotador. Por suerte en general estoy bien. R. ve mi fragilidad emocional y me trata con cuidado extra. No hay mejor que él.
Salgo porque me recomienda salir, me invita a llevar mis nubes a la tormenta que está por estallar en el mundo exterior, ya que adentro estoy oscureciendo la casa con cada palabra que sale de mi boca. No me gusta ser así, no me gusta cuando él es así, entiendo que estoy en una y me voy al exterior, a ese lugar enorme en el que está prohibido estar, en teoría. La salida me gusta. Manejo unas cuadras extra para celebrarlo y al estacionar en casa decido hacer otra compra. No compro mucho, llego a casa y dejo las bolsas y vuelvo a salir. Faltaba algo, pero es una excusa, me gusta estar afuera. Entonces voy caminando con mi paraguas amarillo en la mano cerrado,  sintiendo la suave garúa que empieza a caer. Sintiendo también la felicidad asomar en mi ser con el contacto del agua. Camino sin rumbo por El Barrio, el chino está cerrado. Y de pronto veo un hombre alto como de dos metros, negro, vestido con túnicas, varias una encima de la otra. Es un como un sari, pienso que yo debería usar mi sari para salir todos los días también. Podría ser un vagabundo, pero algo me dice que no del todo, lo llamo "el africano" en mi mente y lo sigo desde lejos. Me distraigo un momento y desaparece en la bruma, no me sorprendo ni lo busco, fue perfecto. Vuelvo a casa lista para escribir esto, lista para tomar mi primer café del día que hoy se tomo su tiempo en llegar. Lista para seguir doblando ropa y ayudar a mis dragones a alfabetizarse. Espero poder leer, estudiar portugués y anatomía. Quizás también entrenar o meditar. De pronto estoy ambiciosa este jueves.

mardi, mai 12, 2020

Luna llena en Escorpio



























En la ecografía se ve claramente: tengo dos embarazos en dos úteros. Uno es mío otro es de otra persona, creo que de ella misma, de la obstetra que me está haciendo el estudio. Es la obstetra con la que tuve a Bruna, pero en esta realidad no tengo hijos. El padre de ambos es él. Certeza, yo lo sé, él lo sabe, todos lo sabemos. No me angustia ni un poco encarar estos abortos, hablamos con Eli con pocas palabras o ninguna. Siento seguridad. Me voy para fiesta de fin de curso de la universidad, llegó y está ahí sirviéndose ponche y sin hablar ya estamos con sonrisas cómplices y un poco más cerca de lo que están dos amigos normalmente. Sigue esa electricidad en el aire. Y eso que ayer nos peleamos. Siempre nos peleamos, no es grave. En seguida rompo el hielo y le digo sonriendo "que mal que está terminando esto no?" - " Pésimo" me sonríe y su rostro está cada vez más cerca. Sabe de los abortos, él ya es médico y tampoco se sorprende de los dos úteros. Nos servimos tarta de queso y cebolla y le enseño un baile medieval, nos reímos y disfrutamos sabiendo que esto no es eterno pero el momento presente sí. Nos disfrutamos una vez más sabiendo que nunca vamos a estar juntos, ni siquiera tenemos un título para lo que fuimos. 

lundi, mai 11, 2020

cuarentena 2

Visitaras a tu abuela, es un plan ideal. Otro de los cambios de la cuarentena. Cuando hacía cross fit una o dos veces por semana, me costaba un montón, pero si iba cuatro me costaba bastante menos. Tengo la teoría de que lo mismo me está pasando con mi abuela. Empecé a ir porque siempre quise ir más y ahora realmente no tenía nada más que hacer. Ella está a una distancia ideal para caminar o ir en bici, entre nuestras casas están los bosques y el lago. A la vuelta junto cortezas y ramas de eucaliptos, robles y araucarias  para alimentar mi fuego. A la ida me emociono con el aire de libertad de esta salida autorizada. Las primeras veces tuve miedo que me pare la policía, pero cada día tuve menos miedo, cada día les encuentro menos el sentido a los policías y al mundo pandémico. El día que tenía que buscar las copas italianas de cristal me olvidé las llaves y el ascensor de adelante no paraba en el 4to piso. Mi abuela quiere que me lleve las copas hace rato, me insiste mucho. Yo las usaré, sí que las usaré, las usaré de verdad en celebraciones reales de la vida que realizamos en casa cuando el mundo es normal y no hay cuarentena. Ayudo a mi abuela en lo que puedo, ya casi nunca me engancho en sus enrosques y la miro con ternura como si fuera un bebé cuando se repite. Ella quiere deshacerse de cosas, hace años que se vacía preparándose para morir y aumentando en la medida de sus posibilidades el tamaño de su venganza hacia su hija y su nieto, esos con los que tiene el pleito. A veces ella quiere que los odie y me indigne con ella, pero yo ya no gasto energía en odiar a otros. Mientras subo por las escaleras de servicio (porque nunca es un mal momento para ejercitar glúteos, creo que tengo pánico a que se me caiga el culo) me sorprendo, como cada vez que usé este camino, de que el ascensor para en un entrepiso y siempre hay que usar un trecho de escalera para llegar a destino. El olor a cueva oscura tiene un agregado a sus clásicas y suaves notas de humedad de cimiento: el barniz de las barandas nuevas que colocaron. Por lo menos la mitad del edificio son los propietarios fundadores, familias militares que mandaron a construir estos 13 pisos, los que quedan son todos muy mayores. Como mi abuela que tiene 93 años. Llego e insiste en que debería bajar las copas atravesando la casa de su vecina, no puede imaginarse que las escaleras no sean un desafío para mí, le juro que puedo bajar medio piso con copas de cristal en una caja. No esta convencida pero al final la charla va por los lugares que imagino: me habla devuelta de lo maravilloso que encontró en brownie de boniato que le traje hace 3 días, se emociona de que hoy tocaron muffins de calabaza y chocolate, me cuenta devuelta lo del ascensor, me pregunta si traje las cajas y me muestra que tiene mucho papel de diario, por suerte se olvida de pedirme la foto que me olvido de traerle hace tres semanas. Empaquetamos las copas y me cuenta su historia, repite tres veces que mi abuelo las chequeó una a una, que las compró donde compraba cosas para la embajada, yo le pregunto si se las llevo por izquierda y se horroriza, ¡las compró! y las chequeó una a una con esmero para ver que no haya ninguna rota. Me dice en imperativo que no se pueden romper y yo me imagino si las hubiese tenido en mi cumpleaños del año pasado. Las copas van a ser felices, no se lo digo porque eso significa que seguro alguna se romperá porque vivir es un riesgo y estas copas conmigo van a vivir. Ademas de las copas me quiere encajar muchas cosas más, que para mí son otras variantes de copas: copones que vienen con doble fondo para poner el hielo abajo y las ostras arriba, por citar un ejemplo. Dudo muchísimo sirva ostras. Rechazo sin profundizar en mis costumbres culinarias y mi abuela apura la tarde al siguiente quehacer: tengo que ir a la farmacia, ¿ya tengo la receta? me pregunta -mira que sino no duermo. Me había olvidado por completo, otra cosa que se inicié hace semanas y aún no completé, en mis tiempos mexicanos en los que a veces vivo. Por suerte si me mandó mi amiga médica la receta, la tengo en el teléfono, por suerte Farmacity está abierto y puedo solucionarlo todo hoy, o eso creo. Paso por el drama de sacarle efectivo y sus tarjetas, igual que un niño mi abuela espera que le compre todo yo con mi dinero, pero no lo dice. Siempre le regalo algo, pero a pagos grandes como medicamentos y la cuenta del teléfono no entro. Curiosamente no hay tanta gente en la farmacia y la noche está cálida, mi abrigo es demasiado y el barbijo me da más calor aún, hay un lío con la falta de duplicado de la receta del LEXOANIL, ya nadie receta esta droga me dijo mi amiga médica. Al terminar de comprender yo todos los pasos a seguir para conseguir el reintegro y el resto de los medicamentos (pastillas TUMS para la acidez y un paquete de IbuProfeno, mi abuela no cambió nada en los últimos 10 años) me dispongo a volver y tratar de explicarle a mi abuela en resumidos pasos como sigue esta aventura en la que tengo que volver a sacarle su tarjeta de MEDICUS y su DNI en dos días. Saludo, me abraza, me quiere.
Llego a casa con dos cajas de copas de cristal Italianas, de esas que cuando las tocas en el borde con el dedo mojado hacen el sonido de los ángeles. Llego con calor y con dos llamadas perdidas de mi abuela y un mensaje de texto en el que me pide que le devuelva lo antes posible su tarjeta de la obra social, ese rectángulo azul en el que apenas se puede leer su nombre, esa que está en su casa sobre la mesa de la cocina. Dice que si se cae y se rompe el alma sin ese pedazo de plástico nadie la va a atender, dice que sin su tarjeta ella no es nada. 

cuarentena 1

De alguna forma termina rodando alrededor mío mientras yo completo mi misión de preparar unas fotos con marco blanco en mi móvil. La música suave, el sol de otoño que entra por las ventanas y la cama cerrada pero en uso, con unas frazadas que nos enmarcan y tocan, le  agregamos una planta, nos corremos de la toma y es una foto acogedora de AIRBNB. me pide que le rasque la espalda sin mirarme, va a cumplir tres en un mes poquito. La rasco con un mimo y mis inusuales uñas, la cuarentena por el COID19 trajo muchos cambios y uno es que al no estar dando masajes cada tanto me encuentro con las uñas inusualmente largas. Al principio me incomodaba, luego me las pinte, nos las pinté, era lo que ella más quería en el mundo, se quedo dormida esperando que se le sequen, en la mesa, a las 8 de la noche. Hoy también se va a quedar dormida, lo sé con solo mirarla. La parí. cuando corto el rascado la relajación no se va, pero ella se da vuelta y solo me dice MOM mientras su cabeza le pesa e intenta moverse a no sabe bien donde. En una corta coreo de movimientos que mi cuerpo tiene memorizados me la acuesto en el pecho, para sentir una vez más esa droga maravillosa que es que se te duerma tu hija en el pecho. Lo que dure lo disfrutaré, cerraré los ojos y observaré nuestro respirar coordinarse. Es eterno y dura poco. Su olor y su peso me hechizan, pero ya está larga y pronto ambas preferimos lateralizar. Este es el momento que aprovecho para darle besos lentos en la frente y los cachetes aun tan grandes e hinchados como su abdomen de bebé. Ella está y no está. Ella es el amor en carne y hueso. La miro y me mira solo un momento y vuelve a flotar, saco mi brazo, se acomoda, la tapo, me separo y nada cambia en su mirada, ella sabe que sigo ahí aunque me vaya a la cocina. Se duerme sola, siempre supo dormirse sola.

dimanche, avril 12, 2020

la hermandad de las mujeres del aire

El embarque es rápido y como tenemos niños nos aminoran un poco el estrés con pequeños beneficios del orden de lo vip, cómo subir primeros al avión. Ya lo noté a la ida, y ahora lo vuelvo a notar: no tengo inquietud de volar. Fue algo que adquirí aproximadamente al año de haber tenido mi primer hijo. Pero a la ida no estuvo, y ahora en la vuelta tampoco está. Entro a la cabina con mi dulce niña de la mano, he de admitir que ante la mirada de otro me genera el doble de ternura. La primer azafata que nos encontramos tiene cara de culo y cero interés en simular una sonrisa, la que está en falta es ella pero yo me esfuerzo el doble en no incomodarla y continuar irradiando luz, aunque por dentro tengo el corazón roto por no haber sido reconocida como parte de la hermandad de las mujeres del aire, a la que en realidad pertenezco solo por herencia, por ser hija de un piloto y una azafata. Pero soy orgullosa y mantengo la frente en alto, que no se note. Llegamos a nuestro perfecto asiento en el medio del avión, justo encima del ala, tal como me gusta, con la incertidumbre de no saber de si quedare adelante o atrás si la nave se parte en dos. Pero nada de eso lo manifiesto en voz alta porque realmente tampoco me quita el sueño. Mi hija se portará de maravilla todo el viaje, como siempre, eso me deja tranquila, podré demostrarle a la azafata que soy una buena pasajera, además tampoco le aceptaré nada que me ofrezca, siempre con una sonrisa, verá que no tendrá motivos de queja para conmigo. Esto me reconforta, soy una buena hermana del aire y mi hija también lo será.
El plan de separar el núcleo familiar en 1 adulto y 1 niño por cada lado  sigue siendo un éxito. Respiro relajada como todos los que desciframos un acertijo mientras se van llenando los casilleros del avión.  Adelante de Bruna se sienta lo que vulgarmente llamamos una "típica cheta porteña", no tiene nada extravagante en su ser, nada que llame puntualmente la atención y todo acorde a lo que dicta la moda. Le doy 40 años, o quizás sean menos pero su semblante demuestra una incomodidad que quedó instalada ad eternum y eso no la favorece. La saludamos cuando ingresa, nosotras, los rayitos de sol en la noche, pero no nos contesta. No tengo nada que reclamarle, igual siento la bronca asomar en mi interior, me alejo un paso de la iluminación. ¿Cómo no vas a contestarle a una bebé de dos años? Decido silenciosamente no limitar tanto a mi hija en sus desorbitados movimientos y dejar que le patee el asiento cuando así ocurra, la venganza está en marcha, ella sale ganando igual: tendrá los motivos que espera para quejarse del vuelo por whatsapp ni bien le habiliten los datos al aterrizar.
Al fin llega la persona que se sentará a mi lado y es lo mejor que podría haberle pedido al universo: un pulcro japonés de mediana edad. Fiel a su raza se muestra enseguida misterioso, silencioso y prolijo. Ya lo amo. Me emociona tener un rato más de Libertade, el barrio japonés de San Pablo, a mi lado. Y tiene bonus: al espiar que lee en su e-book descubro un texto pornográfico sumamente explícito, observo disimuladamente su expresión facial que permanece tranquila como un mar sin olas, sube puntos en mi ranking. La frutilla del postre son los del otro lado del pasillo, que en realidad son parte de lo que representa un cuarto de los pasajeros de todo el avión, Miembros de la Iglesia de los últimos días de Jesucristo. Y él joven más proximo a mi japonés también relojea la lectura del japonés, probablemente en un intento por sacar diálogo, pero su rostro no permanece como un mar sereno. Todo lo veo, siempre lo veo todo, mi bendición, mi maldición. 
Despegamos, me emociono por dentro, le doy la mano a mi hija que mira por la ventana totalmente ajena a mi felicidad por ya no sentir esa incomodidad que me acompañó los últimos 5 años de mi vida, justo los años que vivía en una isla que se conectaba con el resto del mundo principalmente por vía aérea. Claramente solté la ilusión de controlarlo todo, claramente solté y volví a ser libre. Todo va bien, incluso acontece lo que siempre debe acontecer cuando uno viaja con niños: Bruna me pide ir al baño cuando están en los pasillos las azafatas con los carritos de comida. Mi compañero rápido y correcto se para y hace una reverencia con la cabeza, no sé si puedo amarlo más de lo que ya lo amo pero parece que si. Salgo con mi hija de la mano, y noto varias miradas posarse en mí, algo lógico ya que soy la que está de pie en este momento tan inoportuno. Me observo a mi misma a medida que avanzo y me siento cómoda en mi cuerpo, estoy bronceada, con un jean grande y canchero, el ombligo se asoma con los extraños movimientos que debo hacer para moverme por el angosto pasillo, o porque mi remera es un poco corta, mi cinturón es una riñonera negra nacarada, claramente rock. Llega pronto el momento de pasar demasiado cerca de un pasajero para escurrirme como un gato entre el carrito y el asiento, algo que a primera vista parece físicamente imposible, pero que entre dos hermanas del aire lo logramos en un suspiro y sin esfuerzo, ella corre el carrito, yo me reduzco a la mitad, eran altas las probabilidades de que esto aconteciera justo al lado de otro de los Miembros de la Iglesia de Jesucristo de los últimos días. Este jovén aguanta rápidamente el aire, se pone duro y girá su cabeza, asustado probablemente por encontrase de golpe respirando el aire que roza mi vientre. Yo soy inocente, voy de la mano de mi hija, estoy más cerca de la Virgen María que de María Magdalena hoy. Pero igual me río por dentro, por fuera espero verme japonesa.
Al volver al asiento el ritual con mi vecino se repite con igual resultado satisfactorio y hasta le devuelvo la reverencia. En pocos minutos mi bella Bruna se duerme escuchando a una chica hablar tanto de cosas tan mundanas que hasta los de la iglesia que le sacaron charla tienen cara de que se aburren. Yo leo hasta que llega el momento de bajar con turbulencia, llueve muchísimo. Siento felicidad y la dibujo en mi boca. Algo se enciende adentro mío, estoy nuevamente en mi montaña rusa favorita, la de verdad. El avión baja y toca el suelo bruscamente en la tormenta, yo soy la tormenta, y yo soy el avión intentando parar los miles de caballos salvajes que me habitan, utilizando la misma potencia de mis turbinas en reversa, deteniéndome con esfuerzo, luchando con éxito contra los elementos. Así me siento al tocar el suelo, poderosa al límite. Levantar vuelo siempre es un riesgo, supongo, pero el riesgo de no volar más me da mas miedo que el de morir en el intento. Y si sacamos el miedo solo queda la diversión. Esto es la libertad, y me doy cuenta que abrir la pareja fue mucho más de lo que imaginaba, mucho más y muy sanador.

mardi, avril 07, 2020

leo en casa III

Soy la más chica de dos hermanos varones, ambos hijos del primer matrimonio de cada uno de mis creadores. El más grande es T hijo de mamá, me lleva 11 años. El del medio es S hijo de papá, me lleva 7 años. En mi tierna infancia ya me daba cuenta que yo era la más importante de los 3. La única heredera legítima de ambos, la única nena, la novedad. Y así crecí. Quería la ventana del auto? lloraba y me la daban un rato, tampoco todo el tiempo, ni tampoco la quería todo el tiempo, quería ver que si podía conseguir todo lo que quisiera. Yo, la nena de papá. Tuve más de 30 barbies, tuve bicicletas rosas y la posibilidad de asistir a clases de Volteo y equitación al mismo tiempo, porque realmente amaba los caballos.
T. y S. no me daban mucha bola, T mucha menos bola que S, pero era normal T estaba muy cerca de ser un adulto a mis ojos. S no, S honestamente se divertía jugando conmigo, yo me daba cuenta. Me mostraba trilogías como Star Wars e Indiana Jones, me enseñaba que además de princesas había piratas, dejaba que mis caballos se suban al barco y fueran a conquistar tierras lejanas con sus marineros. T me demostraba afecto trasmitiéndome conocimientos: me enseñó a grabar mis canciones favoritas de la radio en un cassette, apretando rec que era un botón que iba mucho más profundo que play, rewind y los otros. En ese momento las canciones que me gustaban se parecían mucho a sus canciones favoritas. Los Pet Shop Boys, Ace of Base, Roxette. También me enseñó a usar el MS-DOS para entrar a mis juegos en la computadora, marcado C:\  _. S a veces trataba de explicarme pero perdía un poco la paciencia.
Más de grandes T. me enseñó a cocinar una buena boloñesa, me abrió su pasatiempo y catarsis: leer y escribir poesía en inglés, me dejó ver cómo era irse a vivir solo a los 21 años sin tener puta idea de que es la vida y sobrevivir.
S. me enseñó a armarme un porro, a surfear una pastilla, a comerme un ceviche si tengo resaca,  a no pasarme de rosca y confiar en extraños, a crecer viajando.
Ambos fueron, mi primer inspiración. Y ahora cada vez que puedo aprovecho para ayudarlos. Por que ahora Leo soy yo.


Los chicos quieren jugar conmigo,
lo sé porque me invitan.
Muy serena les respondo con una negativa a todo lo que proponen,
soy cordial y mi No es sincero
por lo que no insisten mucho.
De hecho no insisten nada.
Se dan cuenta que estoy y no estoy,
pero si estoy
y estoy bien.
Jugué mucho años con ellos
con dedicación.
Era lo único que hacía
y lo hacía con devoción,
ser su madre.
Ahora quiero estar con ellos
pero también quiero estar
conmigo.
Todo esto es nuevo y viejo al mismo tiempo.
Es conocido, liberador.
Vuelvo a tener 1000 proyectos
imaginarios.
Y es evidente que cuanto más espacio me doy
más espacio ganan ellos.
Mi marido no parece querer el espacio que le doy,
o si, pero no lo necesita
con la locura
que lo necesito yo.
Igual lo acepta y se propone
disfrutarlo.
Es más de lo que una puede pedir.
Y yo agradezco
a todos
todos los días
a este núcleo al rededor del cual
orbite
los últimos 5 años.
Tanto me dieron
que me pasó algo increíble:
empecé a tenerle miedo a volar.
Y eso duró
lo que duró el hechizo,
5 años más o menos.
Lo que tardé
en volver a despertar
de mi sueño hecho realidad.


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