samedi, septembre 10, 2016

sin wifi



Llego temprano a los lujosos departamentos de Talamanca, tengo una clase particular de yoga. Ganaré lo mismo en una hora aquí que lo que gano trabajando una semana en el estudio. Tengo que conseguir más clientes de alto standing, definitivamente. Aunque las clases en el estudio son mucho más profundas. Todo no se puede. Son las 9.20am. La clase es a las 10am. Estaciono a la sombra, abro las ventanas y me pongo en falso loto para meditar. Medito. En la meditación me aparece, de pronto, un mensaje de la clienta que me pide que vaya a las 10.30. Como todo pensamiento lo observo y vuelvo a mi mantra. Termino de meditar, me relajo y miro la hora en el teléfono. Encuentro un mensaje de la clienta, me pregunta si puedo ir a las 10.30, de verdad, real. Me río y le escribo que ya llegué. Me dice que suba que suba. Tengo que meditar más.

Salvar o soltar

Mi hijo me pide ir a buscar lombrices en inglés. Salimos al jardín de casa, va delante mío con ese trote o salpicado que hace, directo a nuestro pedazo de tronco. Ese tronco está en un rincón, su función es tapar un pedazo de manguera que va al regador. También lo utilizan las pupas para alcanzar más fácilmente la salida al mundo exterior. Me acuerdo cuando en lugar de facilitarles sus excursiones se las intentaba bloquear poniendo macetas vacías para tapar el agujero. Tenía miedo que se pierdan. Las macetas plásticas vacías quedaban horribles y las gatas se las ingeniaban para derribarlas y salir. Al tiempo vi que ellas eran más felices siendo gatos en todo su esplendor, saliendo a cazar, a investigar, a marcar territorio, saliendo por noches completas, volviendo sucias y a veces corriendo porque haber visto algún perro. Solté, las solté. Mi hijo me pide ayuda para terminar de dar vuelta el tronco pesado, abajo siempre hay vida: mil pies, babosas, caracoles y unos bichos negros alargados con cuernos en el culo que no sé como se llaman. El padre se lo enseñó, lo del microcosmos bajo la madera, me encanta. Hoy veo que uno de esos bichos largos cuida un grupo de huevos que hay en la tierra. Me enternece la maternidad ahora que tengo mi luna en I mega identificada. No quiero que le pase nada malo por la curiosidad de Simón. Le digo entonces a mi niño de 3 años que por favor no la moleste, le digo que es una madre y que tiene huevos. Entiende, pero no sé que tipo de garantía es eso. Suelto, me voy a regar y juntar hojas del árbol que podé, lo podé un poco para que entre más luz al living. Mi hijo tiene su pala en la mano y hace investigaciones varias. Pienso en el inminente peligro para el bicho y sus huevos. Quiero protegerlos. Le digo a mi hijo que vamos a otro lado, veo que el bicho se mueve, como desorientado por la cantidad de luz que entró de golpe, agarra un huevo y lo deja se va a dar una vuelta corta. Pongo el tronco, algo pesado devuelta en su lugar y lo invito a mi hijo a regar. No quiere, no quiere, no quiere. Cedo, vuelvo a correr el tronco y descubro, para mi horror, que al apoyarlo le corté 1/4 del cuerpo al bicho que intentaba proteger. Pesadilla/realidad. Me pasa seguido, que lo que temo romper, ensuciar, perder... lo rompo, ensucio, pierdo. Como si cuanto más quisiera cuidar más probabilidades hay de que suceda lo que temo. Soltar. Tengo que aprender, no sé bien que. Emito un sonido de lástima, mi hijo me pregunta que pasa en inglés, le cuento, en inglés. Me dice que le pida perdón al bicho. Le pido perdón. Se sigue moviendo, camina pero perdió sus cuernos traseros. Lo pongo al lado de sus huevos, no está interesado. Me voy a retomar mis tareas, pensando muchas cosas. Demasiadas cosas.

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