lundi, mai 25, 2020

cuarentena 3

pitar un mezclado
salir al mundo armado
pasar por el lago
saludar un vago

entre monja y encarnada

Necesito mucho, muchísimo, nada me alcanza, quiero llenarme y no puedo entonces lleno de humo mis pulmones a una velocidad a la que ya no están acostumbrados, igual no me dejan más de dos cigarrillos seguidos una vez a la semana... y tienen que ser de los armados. Rock pero limitado. Cuando el pico de mi ansiedad es máximo siempre vuelvo a mi deseo sobrio: volver a no necesitar nada, ser plena por mí misma, estar concentrada en mi elevación. Y ahí llega a interrumpirme en forma de mensaje privado el diablo que yo misma contraté. Es el deseo, que viene a tocarme la puerta. Siempre que llega se produce algo químico en mi cuerpo que escapa a mi control humano y me conecta con mi animalidad. Me gusta el instinto, siempre me gustó. Y no controlo la adrenalina y el placer que me habitan al sentirme deseada. Deseada por ser yo, por mi ser, por mi cuerpo que no es otra cosa que lo único que pude ser: mi hogar y mi transporte. Lo convierto en objeto, me alejo un paso de la iluminación pero me enciendo por dentro. "Vale la pena" es mi conclusión momentánea. El fuego que me habita ese rato me eleva y voy flotando por mi cotidianidad. Energizada, plena, satisfecha. No sé cuanto dura el hechizo, no sé cuando baja la droga. Pero la bajada es una caída libre, como todas en mi intensa psique. Y sufro mi finitud, vuelvo a ser madre y esposa, lo que antes me sobraba ahora es mi ropa de entre casa. De pronto me afecta el humor, me decepciono a mi misma, por muchas cosas: por mi falta de iluminación, por seguir siendo tan normal, tan real, tan superficial, pero sigo queriendo darme otro subidón de esa droga legal y silenciosa que tantos consumiríamos a diario si tan solo pudiéramos no trabajar y dedicarnos a hacer fiestas en la antigua Grecia con los dioses, la vid y las musas.  

jeudi, mai 21, 2020

la bi-polaridad

Leo a los que ponen que tienen días malos. Yo no tengo días malos, mi bipolaridad se manifiesta a una velocidad e intensidad mucho mayor. Lo mío son horas. Horas de luz y horas de sombra, paso de todo mal a todo bien, la transición dura poco más de media hora. Es agotador. Por suerte en general estoy bien. R. ve mi fragilidad emocional y me trata con cuidado extra. No hay mejor que él.
Salgo porque me recomienda salir, me invita a llevar mis nubes a la tormenta que está por estallar en el mundo exterior, ya que adentro estoy oscureciendo la casa con cada palabra que sale de mi boca. No me gusta ser así, no me gusta cuando él es así, entiendo que estoy en una y me voy al exterior, a ese lugar enorme en el que está prohibido estar, en teoría. La salida me gusta. Manejo unas cuadras extra para celebrarlo y al estacionar en casa decido hacer otra compra. No compro mucho, llego a casa y dejo las bolsas y vuelvo a salir. Faltaba algo, pero es una excusa, me gusta estar afuera. Entonces voy caminando con mi paraguas amarillo en la mano cerrado,  sintiendo la suave garúa que empieza a caer. Sintiendo también la felicidad asomar en mi ser con el contacto del agua. Camino sin rumbo por El Barrio, el chino está cerrado. Y de pronto veo un hombre alto como de dos metros, negro, vestido con túnicas, varias una encima de la otra. Es un como un sari, pienso que yo debería usar mi sari para salir todos los días también. Podría ser un vagabundo, pero algo me dice que no del todo, lo llamo "el africano" en mi mente y lo sigo desde lejos. Me distraigo un momento y desaparece en la bruma, no me sorprendo ni lo busco, fue perfecto. Vuelvo a casa lista para escribir esto, lista para tomar mi primer café del día que hoy se tomo su tiempo en llegar. Lista para seguir doblando ropa y ayudar a mis dragones a alfabetizarse. Espero poder leer, estudiar portugués y anatomía. Quizás también entrenar o meditar. De pronto estoy ambiciosa este jueves.

mardi, mai 12, 2020

Luna llena en Escorpio



























En la ecografía se ve claramente: tengo dos embarazos en dos úteros. Uno es mío otro es de otra persona, creo que de ella misma, de la obstetra que me está haciendo el estudio. Es la obstetra con la que tuve a Bruna, pero en esta realidad no tengo hijos. El padre de ambos es él. Certeza, yo lo sé, él lo sabe, todos lo sabemos. No me angustia ni un poco encarar estos abortos, hablamos con Eli con pocas palabras o ninguna. Siento seguridad. Me voy para fiesta de fin de curso de la universidad, llegó y está ahí sirviéndose ponche y sin hablar ya estamos con sonrisas cómplices y un poco más cerca de lo que están dos amigos normalmente. Sigue esa electricidad en el aire. Y eso que ayer nos peleamos. Siempre nos peleamos, no es grave. En seguida rompo el hielo y le digo sonriendo "que mal que está terminando esto no?" - " Pésimo" me sonríe y su rostro está cada vez más cerca. Sabe de los abortos, él ya es médico y tampoco se sorprende de los dos úteros. Nos servimos tarta de queso y cebolla y le enseño un baile medieval, nos reímos y disfrutamos sabiendo que esto no es eterno pero el momento presente sí. Nos disfrutamos una vez más sabiendo que nunca vamos a estar juntos, ni siquiera tenemos un título para lo que fuimos. 

lundi, mai 11, 2020

cuarentena 2

Visitaras a tu abuela, es un plan ideal. Otro de los cambios de la cuarentena. Cuando hacía cross fit una o dos veces por semana, me costaba un montón, pero si iba cuatro me costaba bastante menos. Tengo la teoría de que lo mismo me está pasando con mi abuela. Empecé a ir porque siempre quise ir más y ahora realmente no tenía nada más que hacer. Ella está a una distancia ideal para caminar o ir en bici, entre nuestras casas están los bosques y el lago. A la vuelta junto cortezas y ramas de eucaliptos, robles y araucarias  para alimentar mi fuego. A la ida me emociono con el aire de libertad de esta salida autorizada. Las primeras veces tuve miedo que me pare la policía, pero cada día tuve menos miedo, cada día les encuentro menos el sentido a los policías y al mundo pandémico. El día que tenía que buscar las copas italianas de cristal me olvidé las llaves y el ascensor de adelante no paraba en el 4to piso. Mi abuela quiere que me lleve las copas hace rato, me insiste mucho. Yo las usaré, sí que las usaré, las usaré de verdad en celebraciones reales de la vida que realizamos en casa cuando el mundo es normal y no hay cuarentena. Ayudo a mi abuela en lo que puedo, ya casi nunca me engancho en sus enrosques y la miro con ternura como si fuera un bebé cuando se repite. Ella quiere deshacerse de cosas, hace años que se vacía preparándose para morir y aumentando en la medida de sus posibilidades el tamaño de su venganza hacia su hija y su nieto, esos con los que tiene el pleito. A veces ella quiere que los odie y me indigne con ella, pero yo ya no gasto energía en odiar a otros. Mientras subo por las escaleras de servicio (porque nunca es un mal momento para ejercitar glúteos, creo que tengo pánico a que se me caiga el culo) me sorprendo, como cada vez que usé este camino, de que el ascensor para en un entrepiso y siempre hay que usar un trecho de escalera para llegar a destino. El olor a cueva oscura tiene un agregado a sus clásicas y suaves notas de humedad de cimiento: el barniz de las barandas nuevas que colocaron. Por lo menos la mitad del edificio son los propietarios fundadores, familias militares que mandaron a construir estos 13 pisos, los que quedan son todos muy mayores. Como mi abuela que tiene 93 años. Llego e insiste en que debería bajar las copas atravesando la casa de su vecina, no puede imaginarse que las escaleras no sean un desafío para mí, le juro que puedo bajar medio piso con copas de cristal en una caja. No esta convencida pero al final la charla va por los lugares que imagino: me habla devuelta de lo maravilloso que encontró en brownie de boniato que le traje hace 3 días, se emociona de que hoy tocaron muffins de calabaza y chocolate, me cuenta devuelta lo del ascensor, me pregunta si traje las cajas y me muestra que tiene mucho papel de diario, por suerte se olvida de pedirme la foto que me olvido de traerle hace tres semanas. Empaquetamos las copas y me cuenta su historia, repite tres veces que mi abuelo las chequeó una a una, que las compró donde compraba cosas para la embajada, yo le pregunto si se las llevo por izquierda y se horroriza, ¡las compró! y las chequeó una a una con esmero para ver que no haya ninguna rota. Me dice en imperativo que no se pueden romper y yo me imagino si las hubiese tenido en mi cumpleaños del año pasado. Las copas van a ser felices, no se lo digo porque eso significa que seguro alguna se romperá porque vivir es un riesgo y estas copas conmigo van a vivir. Ademas de las copas me quiere encajar muchas cosas más, que para mí son otras variantes de copas: copones que vienen con doble fondo para poner el hielo abajo y las ostras arriba, por citar un ejemplo. Dudo muchísimo sirva ostras. Rechazo sin profundizar en mis costumbres culinarias y mi abuela apura la tarde al siguiente quehacer: tengo que ir a la farmacia, ¿ya tengo la receta? me pregunta -mira que sino no duermo. Me había olvidado por completo, otra cosa que se inicié hace semanas y aún no completé, en mis tiempos mexicanos en los que a veces vivo. Por suerte si me mandó mi amiga médica la receta, la tengo en el teléfono, por suerte Farmacity está abierto y puedo solucionarlo todo hoy, o eso creo. Paso por el drama de sacarle efectivo y sus tarjetas, igual que un niño mi abuela espera que le compre todo yo con mi dinero, pero no lo dice. Siempre le regalo algo, pero a pagos grandes como medicamentos y la cuenta del teléfono no entro. Curiosamente no hay tanta gente en la farmacia y la noche está cálida, mi abrigo es demasiado y el barbijo me da más calor aún, hay un lío con la falta de duplicado de la receta del LEXOANIL, ya nadie receta esta droga me dijo mi amiga médica. Al terminar de comprender yo todos los pasos a seguir para conseguir el reintegro y el resto de los medicamentos (pastillas TUMS para la acidez y un paquete de IbuProfeno, mi abuela no cambió nada en los últimos 10 años) me dispongo a volver y tratar de explicarle a mi abuela en resumidos pasos como sigue esta aventura en la que tengo que volver a sacarle su tarjeta de MEDICUS y su DNI en dos días. Saludo, me abraza, me quiere.
Llego a casa con dos cajas de copas de cristal Italianas, de esas que cuando las tocas en el borde con el dedo mojado hacen el sonido de los ángeles. Llego con calor y con dos llamadas perdidas de mi abuela y un mensaje de texto en el que me pide que le devuelva lo antes posible su tarjeta de la obra social, ese rectángulo azul en el que apenas se puede leer su nombre, esa que está en su casa sobre la mesa de la cocina. Dice que si se cae y se rompe el alma sin ese pedazo de plástico nadie la va a atender, dice que sin su tarjeta ella no es nada. 

cuarentena 1

De alguna forma termina rodando alrededor mío mientras yo completo mi misión de preparar unas fotos con marco blanco en mi móvil. La música suave, el sol de otoño que entra por las ventanas y la cama cerrada pero en uso, con unas frazadas que nos enmarcan y tocan, le  agregamos una planta, nos corremos de la toma y es una foto acogedora de AIRBNB. me pide que le rasque la espalda sin mirarme, va a cumplir tres en un mes poquito. La rasco con un mimo y mis inusuales uñas, la cuarentena por el COID19 trajo muchos cambios y uno es que al no estar dando masajes cada tanto me encuentro con las uñas inusualmente largas. Al principio me incomodaba, luego me las pinte, nos las pinté, era lo que ella más quería en el mundo, se quedo dormida esperando que se le sequen, en la mesa, a las 8 de la noche. Hoy también se va a quedar dormida, lo sé con solo mirarla. La parí. cuando corto el rascado la relajación no se va, pero ella se da vuelta y solo me dice MOM mientras su cabeza le pesa e intenta moverse a no sabe bien donde. En una corta coreo de movimientos que mi cuerpo tiene memorizados me la acuesto en el pecho, para sentir una vez más esa droga maravillosa que es que se te duerma tu hija en el pecho. Lo que dure lo disfrutaré, cerraré los ojos y observaré nuestro respirar coordinarse. Es eterno y dura poco. Su olor y su peso me hechizan, pero ya está larga y pronto ambas preferimos lateralizar. Este es el momento que aprovecho para darle besos lentos en la frente y los cachetes aun tan grandes e hinchados como su abdomen de bebé. Ella está y no está. Ella es el amor en carne y hueso. La miro y me mira solo un momento y vuelve a flotar, saco mi brazo, se acomoda, la tapo, me separo y nada cambia en su mirada, ella sabe que sigo ahí aunque me vaya a la cocina. Se duerme sola, siempre supo dormirse sola.

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