samedi, août 22, 2015

viviendo en el campo


El tiempo con un hijo es más largo. Además, hay "algo que hacer" todo el tiempo. No existe más el ocio cuasi-infinito, ni adelantar trabajo, ni leer hasta cansarse, ni escribir hasta terminar un texto. No existe más ser solo. Pero la recompensa es grande. De poco me acomodo y me doy cuenta que sigo existiendo tras el rol protagónico de madre que tengo. Quizás por eso volví a escribir en el blog. No es que ahora tenga más tiempo que antes, tengo más ganas. Algo está volviendo a mi. A lo mismo de siempre supongo, pero abordado distinto. Hay días que no trabajo, días que hago las cosas de la casa, las comidas, limpiar. Y todos los días, por supuesto, cuido que mi hijo permanezca con vida. Las más largas son las horas de la tarde. Por suerte este agosto nos regala muchos días de nubes y viento, algo que como residente permanente de este destino vacacional agradezco inmensamente. Salimos a caminar por el valle. Lo dejo que me guie, le doy de probar todo lo que vemos: almendras que rompemos con rocas sueltas de las terrazas de cultivo, algarrobas pegajosas y dulces, higos a punto caramelo. Me lleva a caminar por el campo del vecino, nunca vi al vecino pero el campo se ve cuidado, la tierra es blanda y roja, mi tía dice que el vecino es gordo. A lo lejos se ve el mar. Planeo venir con una tela a robar higos otro día. 

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