vendredi, janvier 19, 2018

burguesa

Ayer sentí a Hanna distinta, cansada, con un trasfondo de impaciencia imposible de disimular. O eso creo ver. Algo que como escorpiana que soy me pasa muy seguido, ver lo que los otros no muestran adrede.
Cuando era chica vivía en una casa con 2 empleadas domésticas, que estaban a cargo de todos los quehaceres de la casa vestidas con delantales rosas con encaje blanco. Tenían que cocinar, limpiar, planchar, ordenar y hacer pequeños encargos para nuestra familia, todo con los delantales puestos. Todo el día haciéndonos todo, para luego volver a sus casas a las 6 de la tarde y probablemente continuar la faena con su propia familia pero esta vez por amor. Esto último no lo tenía en cuenta igual, simplemente me movía como un pez en agua entre mis empleadas, a quienes siempre se las trataba con amor y respeto, a quienes se les daba la ropa que ya no usábamos, para ellas, para sus hijas o sus familiares del norte del país.
Supongo que fue cuando cambio mi vida, que mis ojos se abrieron y empecé a ver. Ver que esas personas no nacieron con mi suerte. A los 18 al mudarme sola tuve por recomendación de mi prima una empleada peruana que venía los lunes. Un sol, pero a los pocos meses me mando una prima, otra divina, que luego me mando a Carla.  Las anteriores fueron todas dándose la baja por maternidad a los pocos meses de trabajar en casa. No habíamos tenido tiempo de entrar en verdadera confianza. Con Carla si. Con ella vi y sentí por primera vez el famoso resentimiento social, que hasta entonces me era ajeno. Con Rosa y Alejandra en casa, y con Cristina en la casa de mi abuela, teníamos un vínculo de afecto ya que me cuidaban desde que era bebé. Mi primera reacción ante esta sensación incómoda fue guiada por la culpa. Probé mejorar aún más los tratos, hasta ser exageradamente amable. Fraternizar latinoamericanamente, o sea pedirle recetas, cocinar con su asistencia y compartir el almuerzo. Ordenar a la par que ella limpiaba si estaba en casa, para que no me vea relajada o estudiando, claros beneficios de alguien de mi estrato social. Fingir en conversaciones que me parecía caro el supermercado igual que a ella. Pedir perdón si había muchos platos sucios. Un tiempo quizás sirvió. Pero a pesar de mis esfuerzos, ella me odiaba. Mucho tiempo tardé en darme cuenta que de vez en cuando se llevaba un rollo de papel higiénico. De vez en cuando. Hice la vista gorda, pero estaba claramente incómoda. Cuando me mudé con mi novio a una casa más grande vino dos veces y no pudo disimular su bronca. Yo estaba progresando, era innegable, y era más chica que ella. Intenté seguir agradando, pero ella dejaba trabajo sin hacer apropósito y resoplaba. Justo cuando la incomodidad llegó al punto en el que me preparé para prescindir de sus servicios con la excusa de que tenía que ahorrar, Carla me informó que me dejaba.
Ahora ya me calmé con la culpa, pero no puedo evitar saber.


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