dimanche, juillet 24, 2011

medianoche

El 15 no se hizo esperar. Pero no era un 15 cualquiera. Parecía un colectivo de otro tiempo y de otro lugar. En su exterior la tierra lo cubría, convirtiendo su color verde de pasto a militar, incluso parecía que sus vidrios estaban polarizados. Podía venir de una frontera en guerra. De un país cuyo nombre desconocemos y cuyo idioma nunca oímos. Adentro era todavía más viejo que afuera. Era oscuro y ninguno de sus caños mantenían el plateado original. La oscuridad parecía haber teñido la piel de todos los pasajeros. No estábamos más en una capital europeizada. Estábamos en América latina, rodeados de locales, que estaban en ese bus desde mucho antes que nosotros. Desde hace meses. Quizás años. Todos venían de tierras remotas.
Cuando me bajo y lo dejo a J. ahí, no siento nostalgia, su destino es más arriba en la colina, y por más que nos guste compartir el camino, no vamos al mismo lugar. Las cuadras que me separan de la fortaleza son oscuras pero no me dan miedo. Aún no es tan tarde, a veces pasa alguien caminando, algunas luces siguen prendidas. Viene un joven con su perro policía. Pero solo tenía el perro de policía, pues se estaba pitando uno. Paso y lo miro, camino 3 metros y siento el inconfundible olor de lo místico. Sin controlar lo que hago, como automatizada por una respuesta natural humana a tan tentador aroma, giro sobre mis talones, busco sus ojos, me estaba mirando, parado en la esquina. Hago la mímica de fumar con el dedo índice y el pulgar. Sonríe y asiente con la cabeza.
Buenas
Buenas

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