vendredi, avril 27, 2012

"Así es que se puso a pensar en María, en la muchacha, en su piel, su pelo y sus ojos, todo del mismo color dorado; en sus cabellos, un poco más oscuros que lo demás, aunque cada vez serían más rubios, a medida que su piel fuera haciéndose más oscura; en su suave piel, de un dorado pálido en la superficie, recubriendo un tono más oscuro en lo profundo. Suave sería, como todo en su cuerpo; se movía con torpeza, como si hubiera algo en ella que la avergonzara, algo que fuera visible aunque no lo era, porque estaba sólo en su mente. Y se ruborizaba cuando la miraba, y la recordaba sentada, con las manos sobre las rodillas y la camisa abierta, dejando ver el cuello, y el bulto de sus pequeños senos torneados bajo la camisa, y al pensar en ella se le resecaba la garganta, y le costaba esfuerzo seguir andando (...)"


Por quién doblan las campanas, Ernest Hemingway

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